Rellenos, Colchas y Cuadros.

Fumaba poco, algún que otro cigarro por la mañana, otro antes de ir a su negocio por la tarde con el café delante, con más aspecto de administrador que de tendero. Alto, con buen porte aunque tuviese la barba y el pelo cano desde que terminó la escuela con Don Diego. Su Seat Málaga discreto y atildado, como su dueño.

Podemos afirmar que todas las casas del pueblo aún conservan algo suyo en forma de colchones, rellenos para los cojines, toallas, sábanas de la dote o almohadas.

Sostengo, grávido y rotundo que casi todos los cuadros y fotografías dignas de ser claveteadas en la pared o reservadas para sitios predilectos han pasado por sus manos, pues era él quien hacía los marcos. Aquellos donde tenías que ir hasta el fondo de la tienda, al espacio dedicado a las muestras, esperar a que el tendero se enfundara la bata azul y comenzar a ver sobre la mesa de trabajo los cientos de trozos de madera repujados, escoger el más acorde con tu foto o cuadro.

Su escaparate colmado, aunque siempre había sitio para mostrar los trabajos en marquetería a la vez que los cuadros de los vecinos, parada obligada para observar el acristalado que durante muchos años hizo de sala de exposiciones, de galería de arte.

En los breves momentos que la clientela no pisaba sus dependencias, salía el hombre a la puerta a observar el bullicio diario de gentes y coches que subían por Esteban Solís o bajaban por Joaquín Mercado. Los que enfilaban por la calle Sagasta o en dirección calle Convento. A los panaderos que frente a su tienda detenían las furgonetas para el reparto no sin antes apretar el chirriante claxon. A repartidores que con prisas iban para la plaza con sus carretillas hasta arriba de cajas, o a los vecinos de toda aquella arteria para los que siempre tenía un »buenos días«  si era más conocido, una charla algo más extendida.

El hombre, de carácter familiar se desvivía por sus hijos, hacer cosas con ellos era lo que le gustaba pese al poco tiempo libre que tiene cualquier persona de comercio, inculcándoles como premisa el respeto junto a los valores y costumbres del pueblo.

Las monterías, la pesca, el fútbol, gran aficionado que era, del Real Madrid, al igual que la mayoría de Santisteban. No faltaba ni a las lumbres ni a ninguna de las fiestas que tenemos, siempre acompañado de su mujer e hijos cuando aún eran pequeños y, cuando éstos crecieron siguió haciendo lo mismo como hombre persistente en los valores y hábitos en los que profundamente a pies juntillas creía.

En absoluto era circunspecto o serio, aunque algunas veces tuviese aspecto de funcionario plomeado. Pepe Rubio más bien era persona mesurada con cierto punto solemne que desaparecía cuando su humor compartía entre los presentes. Un humor curioso, el de un hombre de pocas palabras que sabía cómo y cuando, tomando su tiempo, al más puro estilo Eugenio.

Partió, pero el recuerdo que de él mantendremos será como su Seat Málaga, perpetuo.

Agradecimientos:

Emilio Rubio.