Es difícil de encasillar a la persona a la que hoy me refiero. Diría, bajo mi punto de vista que le gustaba todo o casi todo, la música, la sierra, la caza, el pueblo, sus amigos, una buena mesa repleta de viandas y cómo no, después, un whisky con hielo y agua, o dos, si su mujer lo dejaba. El orden de los factores anteriormente descritos son perfectamente movibles y aplicables según el criterio del que hubiese compartido tiempo y momentos con ésta persona que hoy reflejo.

Su voz como si dentro de una orza de cien arrobas estuviese, guapo, sus patas cortas, camisa con botones reforzados aguantando la barrigota y brazos cortos con gorditas manos que no le impedían hacer lo que se les antojasen, o para resumir, como hubiese dicho Félix Rodríguez de la Fuente… Macho Ibérico Total.

Los Santis, los Ellos, la guitarra al hombro como escopeta si a la hora de ir donde Cristo perdió las chanclas a tocar en una verbena y la escopeta, como guitarra eléctrica si le tocaba puesto en La Carnicera.

Su cervecita, su vino en el Palacio cuando cerraba Extensión Agraria… Sus perros en la casa de la Farrabullana. Su Fender, su Marshall a válvulas… El Suzuki Vitara que tantas alegrías le daba, el mismo que le llevaba a Linares o a «Majalascabras».

Por la parte que me toca, he de decir con los sentimientos volcados entre ambas manos como quien agua recoge para sentir su frescor en la cara, desde el cariño que puedo compartir con los lectores, que los años que compartí con él en la orquesta se comportó como protector, maestro y amigo hasta el final.

Y por la parte que toca al que sus ojos estén leyendo ésto, quien lo conoció de verdad, espero que con los mismos cariños lo recuerde, pues los pueblos son, cual balanza, entrañables y traicioneros donde nadie queda libre de plomazos malévolos en forma de apodos bajeros.

Las canciones «obligadas» de primera hora, pasodobles y salsa, lo que menos le gustaba, al igual que al resto de la banda.
El Churrimember (para entendidos), San Fernando, La Flaca y Money for Nothing es donde de verdad disfrutaba, cuando viajaba por el mástil de su guitarra mientras de vez en cuando cruzábamos las miradas de satisfacción por empezar a «rascar»  los temas que en verdad sentíamos y nos conectaba.

Lo mismo que ocurría con sus adoradas canciones de guateque que en las verbenas nunca fallan, y nunca fallaban pese a la reticencia del resto. Y no por que fuesen malas, al contrario, sino porque estábamos hasta los mismísimos de tocar siempre lo mismo, con todo el respeto hacia los oyentes, pero al fin y al cabo éstos se comportaban como las navajas de Albacete, que por mucho que las afiles, la hoja sigue perenne.

Andrés Pliego se llamaba, y desconozco qué estará haciendo por allá en el cielo, si por esos campos de Dios con escopeta en mano y de chanteos, o en el río con Paco el boticario y Ramón Luna entre otros tantos que fueron sus amigos y tampoco figuran en éste plano, o tocando su guitarra al mismísimo San Pedro por los Brincos, Santa Bárbara, los Puntos o Solera… Con el convencimiento de que también vela y protege a su familia…