Flores, Libros y Torrijas.

Fue alguien querido por quienes de verdad lo conocían. Objetivo fijo de burlas y ofensas por otros tantos que aún vivían en las cavernas, en la edad de piedra.

Creyente de la verdad, de la amistad y la cultura. Cocinero como el sólo preparando las mejores flores del Condado y las mejores gachas o torrijas del poblado.
Presumido pese a su aspecto, y donde ahora es cuestión normal, él, como hombre, allá por los noventa ya se tintaba el pelo, unas veces con más tino y otras tantas errando en el color, que menos le favorecía, pero a él le gustaba, o al menos le daba igual, a su aire, se la sudaba.
Lo mismo que se la sudaba lo que le dijeran, es más, cualquier pelagatos tenía que tener cuidado con sus comentarios pues su inteligencia y su palabra daba la vuelta a cualquier vocablo, a cualquier piropo malvado.
Avezado lector y poseedor de unas de las más extensas bibliotecas privadas de Santisteban, hombre culto por norma y barriobajero si alguien quería tocarle las pelotas.
Vivió en tiempos difíciles pese a contar con amigas y amigos fieles, amigas que eran las primeras fuesen Santos o Cuaresma en probar las gachas y torrijas con un buen café sobre la mesa, hablando de sus cosas, libros, distintos temas, en fin, de las movidas de todas ellas.
Le gustaba vestir cosas sueltas, camisa de manga corta por fuera pero sin faltar a los colores azules, verdes o violetas… pantalones negros de tela, resultando su forma de moverse muy peculiar, como si andase por la cubierta de un velero en plena mar. Su simpatía con la vecindad, su simpatía con la vecindad…

A Eufemia la tuvo como a reina y para descansar un poco de ella como cuidador suyo que era, cuando la acostaba, y aquella madre dormitaba arropadita en su cama, el hombre iba a tomarse algo para desconectar un poco de su diaria realidad, departir sobre lo humano, lo mundano y divino en el Pub Ascensor, sobre todo si Pablo Soriano ya estaba solo, pues los dos eran más que vecinos, amigos.

Cuando su madre faltó, sólo no quedó, pues durante un periodo pudo mantener una relación con alguien que al pueblo llegaría, no recuerdo si era Gato o de las Rías, compartiendo techo donde espero que muchas alegrías viviera pues el destino no quiso ser propicio en su existencia, ni siquiera se portó medio bien, y aunque como todo ser humano sus momentos de alegría degustó, ya fue tarde para saborear momentos y vivencias que en sus anhelos tenía.

El tiempo su enfermedad y los años, como fantasma tras sus espaldas estaba acechando…

…Su única forma de viajar fue con sus libros, que no es mala cosa, pues quien lee, libre es, pero de nuevo el destino travieso, con sus paredes invisibles donde uno ve el final pero no puede llegar ni a tocar, consiguió arrebatar su medio de transporte, su ratito de libertad, el estar con uno mismo entre sus volúmenes.

Él fue de los primeros en regalarme libros, a guardarlos con cariño, valorarlos al igual que hicieron mis padres, y Paco el Gordo por distintas razones que ahora no vamos a nombrar todo lo perdió, tanto, que cuando de su casa tuvo que marchar, ni su apreciada biblioteca le dejaron sacar…

…Me niego a terminar el relato con ésta tristeza, por lo que Paco el Gordo tuvo que pasar, me niego a recordar los comentarios hirientes de los ignorantes. Fue una persona que mereció vivir en nuestros tiempos, con plena libertad de sexo o pensamiento, por eso, allá donde se encuentre, que esté con la jaula abierta… se lo merece…

Agradecimientos:

Loli Castillo

Pedro Parra

Sara Luna

Pablo Soriano